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sábado, marzo 12, 2011

(10) Antes de ser Padres, Somos Hijos

ANTES DE SER PADRES, SOMOS HIJOS
     Cuando nació la primera de mis hijas tuve una revelación que considero, ha sido una de las más contundentes que he tenido en toda mi vida. Nunca antes había pasado por una sensación como esa. Muchas veces había escuchado: “Que tener un hijo era la cosa más grande y maravillosa del mundo”, pero también había escuchado, que una cosa era decirlo y otra sentirlo y vivirlo. Y en realidad fue así. Primero, la emoción cuando supe que iba ser padre fue tal, que tuve como tres días de parranda con los amigos más cercanos y los compañeros de trabajo; luego, en la fase de crecimiento de la barriga, fui a todas las citas mensuales de control y leí cuanta cosa me cayó en las manos que tuviera como tema padres primerizos; me dieron consejos para cuidar los hijos y me echaron cuanto cuentos y anécdotas posibles.
     Pero la revelación en si fue, saber y comprender cuan sacrificado, satisfactorio y cuanto amor tiene un padre (o madre) hacia sus hijos, y fue entonces que entendí el porque mis viejos se preocupaban tanto por mi y mis hermanos, y que a pesar de no demostrar un tan desmesurado amor, este se siente y se transmite en sus actos, gestos, bendiciones, caricias, regaños y consejos. Esa fue mi verdadera revelación: cuan inmenso es el amor de ser padre y cuanto descuido se ofrece a veces a los padres y es hasta que estamos en ese rol que realmente entendemos lo que debe ser un hijo. Siendo padres es que apreciamos ser hijos.
     Las siguientes reflexiones son algunas de las que recolecté cuando esperaba a mi primera hija. Aquí las comparto con Uds:
Reflexiones para Padres e Hijos
ü  Te di la vida, pero no puedo vivirla por ti.
ü  Puedo enseñarte muchas cosas, pero no puedo obligarte a aprender.
ü  Puedo dirigirte, pero no puedo responsabilizarme por lo que haces.
ü  Puedo llevarte a la Iglesia, pero no puedo obligarte a creer.
ü  Puedo instruirte en lo malo y lo bueno, pero no puedo decidir por ti.
ü  Puedo darte amor, pero no puedo obligarte a aceptarlo.
ü  Puedo enseñarte a compartir, pero no puedo forzarte a hacerlo.
ü  Puedo hablarte del respeto, pero no puedo evitar que seas irrespetuoso.
ü  Puedo aconsejarte sobre las buenas amistades, pero no puedo escogértelas.
ü  Puedo decirte que el licor es peligroso, pero no puedo decir No por ti.
ü  Puedo advertirte acerca de las drogas, pero no puedo evitar que te las ofrezcan y las uses.
ü  Puedo exhortarte a la necesidad de tener metas altas, pero no puedo alcanzarlas por ti.
ü  Puedo enseñarte acerca de la bondad, pero no puedo obligarte a ser bondadoso.
ü  Puedo explicarte cómo vivir, pero no puedo vivir por ti.
Ciclo Vital
     Hay un período en que los padres quedamos huérfanos de nuestros hijos. Es que los niños crecen independientemente de nosotros, como árboles murmurantes y pájaros imprudentes. Crecen sin pedir permiso a la vida, crecen con una estridencia alegre y, a veces, con alardeada arrogancia. Pero no crecen todos los días, crecen de repente.
     Un día se sientan cerca de ti y con una naturalidad increíble te dicen cualquier cosa que te indica que esa criatura de pañales, ya creció. Y es entonces cuando uno se pregunta: ¿Cuándo creció que no lo percibí? ¿Dónde quedaron las fiestas infantiles, el juego en la arena, los cumpleaños con payasos? El niño crece en un ritual de obediencia orgánica y desobediencia civil.
     Ahora estás allí, en la puerta de la discoteca esperando no sólo que no crezcan, sino que aparezcan. Allí están muchos padres al volante esperando que salgan zumbando sobre patines, con sus cabellos largos y sueltos. Y allí están nuestros hijos, entre hamburguesas y gaseosas en las esquinas. Con el uniforme de su generación y sus incomodas y pesadas mochilas en los hombros. Acá estamos nosotros, con los cabellos canos. Y esos son nuestros hijos, los que amamos a pesar de los golpes de los vientos, de las escasas cosechas de paz, de las malas noticias y la dictadura de las horas. Ellos crecieron amaestrados, observando y aprendiendo con nuestros errores y nuestros aciertos.  Principalmente con los errores que esperamos no se repitan.
     Hay un período en que los padres vamos quedando huérfanos de los hijos. Ya no los buscaremos más en las puertas de las discotecas y del cine. Pasó el tiempo del kárate, el fútbol, el ballet, la natación. Salieron del asiento de atrás y pasaron al volante de sus propias vidas. Deberíamos haber ido más al remanso de su cama al anochecer para oír su alma respirando y entablar conversaciones y confidencias entre las sábanas de la infancia, y a los adolescentes cubrecamas de aquellas piezas con calcomanías, afiches, agendas coloridas y discos ensordecedores. Pero crecieron sin que agotáramos con ellos todo nuestro afecto. Al principio fueron al campo, la playa, navidades, pascuas, piscinas y amigos. Sí, había peleas en el auto por la ventana, los pedidos de chicles, la música de moda. Después llegó el tiempo en que viajar con los padres comenzó a ser un esfuerzo, un sufrimiento, no podían dejar a sus amigos y primeros enamorados.
     Quedamos los padres exiliados de los hijos: Tenemos la soledad que siempre deseamos. Y nos llegó el momento en que solo miramos de lejos, deseando que escojan bien en la búsqueda de la felicidad y conquisten el mundo del modo menos complejo posible. El secreto es esperar, lo cual es el siguiente paso de nuestras vidas:
En cualquier momento nos darán nietos.
El nieto es la hora del cariño ocioso y la picardía no ejercida en los propios hijos.
Por eso los abuelos son tan desmesurados y distribuyen tan
incontrolable cariño.
Los nietos son la última oportunidad de reeditar nuestro afecto. Por eso, es necesario hacer algunas cosas adicionales: ANTES DE QUE NUESTROS HIJOS CREZCAN….!!!!
Así es la vida: El Ciclo Vital.
Los seres humanos sólo aprendemos a ser hijos después de ser
padres, solo aprendemos a ser padres después de ser abuelos.
En fin, pareciera que sólo aprendemos a vivir después de que la vida se nos ha pasado.
“Honrarás a tus padres por sobre todas las cosas”.
Ernesto E. Velásquez R.
Lechería, Anzoátegui. Venezuela.
12/02/2011
ernesto.e.velasquez@gmail.com

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