CUANDO
SE NOS VA UN SER QUERIDO
Este último año ha sido difícil desde el punto de vista
emocional. El círculo de la vida pasó por aquí, diría un viejo Hermano Masón. Y
es que desde hace poco menos de un año a hoy cuando escribo esta nota he tenido
unas cuantas pérdidas cercanas que se han montado en este círculo de la vida y
han seguido de largo. Nunca antes había tenido tantas pérdidas tan seguidas y
tan cercanas a mi corazón y a la familia: Petra, Danielito, Karen, Enrique,
Erwing y Euler.
Cuando se nos va un ser querido o un ser cercano a la familia,
sucede un fenómeno emocional que estremece toda la estructura corporal y
mental, unos en más medida que otros, pero siempre sucede, y eso que desde niño
hemos escuchado decir de los viejos que lo único seguro que tenemos en la vida
cuando nacemos es que vamos a morir un día. Pero eso no lo asumimos como un
hecho hasta que recibimos la bofetada que nos pone en el lugar de aceptarla tal
cómo es y cómo debe ser. Claro, que hay muertes que por su naturaleza trágica o
repentina son de por demás dolorosas, sorpresivas y hasta traumáticas. Lo que
sí debemos tener presente siempre es que es definitiva y concluyente porque
sólo Dios sabe por qué, y por más que duela debemos hacer un total esfuerzo
para aceptarla. Esto es Ley de Vida diría mi esposa.
No fue fácil caer en cuenta que la vida debe continuar y debemos
adaptarnos a las situaciones que se nos presentan. Caso especial fue al
principio, la muerte de mi suegra, no sólo por el dolor de mi esposa, si no por
el mío propio. Petra fue para mí otra mamá. No en vano tuve la dicha de
compartirla con mi esposa durante 17 años desde que nos hicimos novios aún muy
jóvenes. Sus consejos, sus regaños y su cariño es el motivo por el que cada vez
que la recuerdo se me aguan los ojos. Petra fue un motor que movía todo en su
casa y era al mismo tiempo el epicentro de cuanto se hacía o se dejaba de
hacer. Fue por ello que su partida, a pesar de tener conciencia que podía
suceder por su prolongado y delicada enfermedad, no la aceptamos de momento y
fue un suceso que movió todos los elementos que conformaban el universo de su
hogar y la familia. Luego de la muerte de Petra ya nada podía ser igual, su
fuerza gravitacional desligó muchas cosas que se mantenían unidas con su
presencia. Su partida se siente aún con mucho dolor.
Luego fue un vecino del barrio donde creció mi esposa y donde
aún vive mi suegro, hijo de unos buenos conocidos, un jovencito de apenas llagaba
a las dos décadas de edad, y se destacaba por ser un joven modelo en su casa,
el liceo y la cuadra. Daniel fue discípulo de mi suegra en la catequesis y nos
acompañó en el dolor de nuestra pérdida. Sorprendente, doloroso y repentina fue
su muerte; súbita e inesperada por un paro respiratorio fulminante. En pocas
semanas otra muerte joven y repentina vuelve a suceder en el entorno. Esta vez
fue Karen, joven profesional del derecho que se crio y creció en casa de un
cuñado y que siempre estuvo muy ligada a la familia por su simpatía y cariño.
Yo particularmente la recuerdo como esa sobrina adoptada que en cualquier
circunstancia y momento que nos encontrábamos, no importara el lugar me pedía
la bendición como una sobrina más y así se presentaba.
Estas partidas sucedieron en la plazo de un mes entre julio y
agosto de hace un año. Y al cumplirse
dos meses de la muerte de mi suegra otro golpe muy cercano me sacudió. El 16 de
septiembre muere mi tío Enrique, que mucho más que un tío, hermano menor de mi
papá, fue otro padre. El padre consentidor, cómplice y encubridor. Vivió con mi
papá toda la vida a pesar de haber intentado hacer familia en dos oportunidades
y tener dos hijos. Nunca se apartó del lado paternal que representó papá para
él. Su partida, también dramática y compleja por la agonía de su enfermedad y
convalecencia, fue dura para todos por el golpe que representó para papá perder
a su compañero de todo la vida. No voy a olvidar el momento en que nos tocó llevarnos
el sarcófago y papá pidió echarle su última bendición y despedirlo hasta la
puerta lamentando que lo haya dejado solo. Para mis hermanos y para mí fue
doloroso, e incluso para mi mamá, que ya a pesar de que tenía años separada de
papá, vivió la agonía de Enrique muy de cerca y fue en presencia de ella que su
alma lo abandonó. Par ella fue una pérdida como el que pierde un hermano. La
muerte de Enrique dejó un vacío y una desolación muy grande porque también hizo
sucumbir la estructura de vida que se había instaurado en la casa en Margarita.
En diciembre, ya para finales de año, otra noticia nefasta me
sacude. Erwing, vecino de la cuadra donde viví cuando estaba estudiando, hijo
de la amiga Esperanza, murió de una enfermedad extraña, que aún hoy no sé en
realidad cual fue. Un joven profesional que no llegaba a los cuarenta. Así que
el año lo cerramos de luto completo.
A pesar de todo, decidí junto a mi esposa e hijas pasar fin de
año en Margarita. Enrique había muerto y papá estaba muy acongojado. Pero sin
embargo, pasamos unos ratos y momentos inolvidables. Después de seis años
volvía a pasar fin de año en Margarita. Compartimos como nunca, hicimos comida,
bebimos, y un evento no extraño cuando nos juntábamos los hermanos Velásquez
Rodríguez sucedió, Edward y Euler discutieron el mismo día que yo llegué, el
día del cumpleaños de Edward. Como siempre igual, no demoró mucho esa molestia.
Nos volvimos a juntar y algo hermoso sucedió que nunca se borrará de mi memoria:
nos abrazos los tres, nos besamos como era costumbre y nos dijimos cuantos nos
queríamos y nos amábamos como hermanos y cuanto nos dolía y nos alegraba los
momentos de cada uno de nosotros. Mi sobrina Mary guardó para la eternidad
fotos de esos momentos. Que nos íbamos a imaginar que tres meses después íbamos
a juntarnos de nuevo pero para otro tipo de evento. El círculo de la vida
volvía a pasar por la casa y esta vez quién se montó en él fue Euler.
El 29 de marzo del año pasado amaneció raro. Era viernes y comenzaba la semana
santa. Iba saliendo para el trabajo a las 7am cuando mamá me llamo para decirme
que a Euler le había dado algo raro en el trabajo y lo habían llevado para el
hospital. Antes de las 8am me llamó un sobrino para decirme que ya no se podía
hacer nada: Euler había muerto. No lo asimilé de inmediato y no daba crédito a
la información. Ya pasada las 8, estando la oficina reunido con mi jefe que
hacía una inspección a la obra ese día, recibí un mensaje de texto en el
celular que aún lo guardo grabado. Mamá me escribió: Ernesto, Euler mala
noticia murió. No recuerdo nada de ese instante siguiente, luego a los meses me
contaron que me puse pálido y me senté de golpe en la silla y me puse a llorar.
Yo lo único que recuerdo fue que me mareé y esperé un rato, no sé cuánto tiempo,
ni qué pasó en ese lapso. Cuando reaccioné llamé a mamá y me contó muy
tranquilamente lo que había sucedido. Entendí que a pesar de si dolor de madre,
esta con una serenidad pasmosa que yo y mis hermanas sólo conocemos. Inmediatamente
llamé a mi esposa y le dije. Salí de trabajo como pude. Al llegar al
apartamento mi esposa, mis hijas y yo nos fundimos en un solo abrazo. Mi hija
mayor me preguntó porque su tío se había ido con diosito. No pude responder así
aun hubiera tenido la respuesta. Lo que sucedió después fue lo que sucede en
estos casos. Viajé el mismo día a Margarita y no quiero volver a revivir el
momento que me junté con mis hermanos, y mucho menos cuando llegué donde papá y
mamá. Fue muy doloroso. Así solamente lo puedo resumir. Así como fue su
despedida. Sus compañeros de trabajo, el cortejo, los camiones, el homenaje de
cornetas de camiones a la llegada del féretro al cementerio, su siembra al lado
de Enrique, la despedida…! Sus hijos. Sólo mis recuerdos y mi dolor pueden
expresarse con una lágrima como la que brota de mis ojos al escribir esta nota.
Cuando tengo la oportunidad de ir a misa siempre le encomiendo
sus almas a Dios así como lo voy hacer hoy. Rezo y le pido a Dios por su descanso. No me fue fácil
escribir esta nota, pero hice de “tripas, corazones” y me dolió hacerla, porque
fue como sacarme de dentro de mi algo que me pertenecía solo a mí que son mis
recuerdos. Pero al mismo tiempo sentía la necesidad de escribir lo que sentía,
y aquí esta. Ya lo hice y sobreviví.
Siempre he dicho, porque lo tuve que aprender, que para drenar
el dolor hay que sufrir, llorar, y si es posible gritar, pero luego debemos
hacer nuestro mayor esfuerzo de levantarnos y continuar. La muerte es parte de
esta vida. Es lo único seguro que tenemos al nacer. No sabemos, cómo, qué,
cuando, ni nada de la vida que vamos a vivir, sólo que algún día vamos a morir:
eso es Ley de Vida.
Hagamos lo posible por vivir intensamente, sin hacerle daños a
nadie y mucho menos a nosotros mismos. Hagamos el bien y seamos felices el
momento que nos toca vivir.
“El que Vive y muere en mí, No morirá jamás”.
Jesús.
Ernesto Eloy.
En algún lugar de esta Tierra de Gracia que llaman Venezuela.
29/03/2013
ernesto.e.velasquez@gmail.com
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